RICARDO N. ALONSO*
La minería es la columna vertebral de la civilización moderna. Todo lo que está construido por encima del suelo viene de lo que se explotó en el subsuelo. La minería, al igual que otras actividades de la economía humana, tiene un marco de reflexión que le es propio.
Hoy se habla de filosofía y geoética de la minería para abordar algunos de esos temas. La responsabilidad de los geocientíficos es la de acercar la ciencia a la sociedad y a la política. En este ensayo se busca plantear la cadena causal lineal que va desde los elementos químicos, hacia los minerales, rocas, criaderos, depósitos, minas, yacimientos, explotación minera, concentración y beneficio de las menas y, de los mineros, que son los que finalmente realizan ese trabajo.
La minería es una de las actividades más antiguas del hombre. Se conocen explotaciones superficiales de rocas silíceas tipo sílex, ftanitas y pedernales de hace tres millones de años por los viejos antropoides africanos. También esta explotación de rocas silíceas con fractura concoidea, ideales para utensilios y armas, se llevó a cabo, incluso en socavones superficiales, por el hombre de la edad de la Piedra.
En el paleolítico, o sea que la minería acompaña al hombre desde su origen. La elaboración de herramientas hizo surgir la tecnología y, el uso de los ocres minerales de hierro y manganeso, el arte. La evolución del hombre estuvo acompañada por el uso y el aprovechamiento de las rocas y minerales. Por ello recibieron nombres como las edades de la Piedra, Cobre, Bronce, Hierro, entre otras, hasta llegar al uso moderno de todos los elementos químicos de la naturaleza; esto es, la Edad de Mendeléiev.
El bronce resultó de un proceso de amalgamación por el fuego, lo que representó un primer salto tecnológico. Al igual que el hierro, cuyo alto punto de fusión se consiguió siglos más tarde. El único hierro que se usó en la antigüedad fue el meteorítico por encontrarse nativo. Otro salto tecnológico fue aislar el aluminio, que no está libre como metal en la naturaleza, sino formando óxidos en los barros fósiles, aluminosos o bauxitas. Hoy desde los aviones a las latitas de gaseosas y cervezas son de aluminio.
La industria requería de más y más rocas, minerales y elementos químicos y la minería se los proveyó. Los minerales se fundían en hornos y para ello se necesitaban otros minerales llamados fundentes. Estos bajan el punto de fusión a las menas minerales. Precisamente para obtener el aluminio metálico de la bauxita hubo que recurrir a un fundente, la criolita, un fluoruro de aluminio y sodio. Para fundir el hierro se usan como fundentes rocas simples como las calizas y las dolomitas.
La fluorita y los boratos son otros fundentes importantes. Precisamente el bórax se conoce desde la antigüedad como un fundente del oro y además un decapante que permite separar la escoria dejando el botón limpio y brillante en el crisol. Los joyeros venecianos le pedían a Marco Polo que se los trajera desde Asia. No sabían que ellos lo tenían en forma de ácido bórico en los sofiones volcánicos de Larderello, en la Toscana. Más aún, las caravanas de Marco Polo cuando volvían de Asia pasaban por Turquía, donde están enterrados los yacimientos de boratos más grandes del mundo. Paradojas que se repiten en todos los espacios y en todos los tiempos. Con el hierro se llegó al acero.
Se hicieron decenas de aleaciones más allá de la clásica aleación del mineral de hierro (siderita, hematita, magnetita) con carbón siderúrgico. Esas aleaciones incluían según los casos flexibilidad, dureza, tenacidad, resistencia, inoxidabilidad, etcétera, y se lograban con vanadio, tungsteno, tantalio, manganeso, molibdeno, entre otros metales. Los aceros al vanadio le sirvieron a Henry Ford para un salto tecnológico en sus viejos automóviles Ford T.
El tungsteno o wolframio jugó un papel clave en los aceros de las armas en la Segunda Guerra Mundial. Argentina fue un importante proveedor de ese metal de las minas de las sierras de Córdoba y San Luis. Y lo mismo puede decirse de otros aceros especiales que ocupan un papel clave en las tecnologías modernas en la industria aeroespacial, trenes, barcos, automóviles, etcétera. Alfred Nobel inventó la dinamita para poder romper las magnetitas de Kiruna en Suecia y todo ese proceso llevó a la afamada acería sueca. Y también al Premio Nobel, que tiene origen en ese viejo descubrimiento de uso minero. Vladimir Vernadsky, el sabio mineralogista ruso y padre la biogeoquímica, nos legó el concepto de “noosfera” o la esfera del pensamiento humano. Esa etapa de la evolución sucedió a la geosfera (materia inanimada) y a la biosfera (vida biológica).
Vernadsky la hizo nacer cuando el hombre dominó el átomo y transmutó los elementos. En realidad debería ponerse como punto de partida el momento en que el hombre hizo cosas que la naturaleza tenía vedado hacer. Por ejemplo, mezclar elementos naturalmente incompatibles y lograr nuevos materiales. Esto incluso lo puede lograr con mayor éxito la Inteligencia Artificial (IA). Con solo 92 elementos químicos de la Tabla Periódica se pueden generar millones de sustancias diferentes. Incluso composiciones inimaginables de minerales. Y propiedades fisicoquímicas para las nuevas tecnologías.
Hoy los descubrimientos en el reino mineral han superado las 5.000 especies naturales. Y por año se descubren unas 30 nuevas especies que enriquecen la comprensión de los procesos geoquímicos que las formaron. El hombre, a medida que descubría nuevos minerales, encontraba en ellos nuevas propiedades que le servían para evolucionar. Propiedades ópticas, magnéticas y eléctricas le sirvieron para desarrollar más y nuevas tecnologías. El mismo pedernal que utilizó para hacer una rústica arma filosa, la extensión del brazo para cazar, le reveló la chispa, y la chispa el fuego, y gracias al fuego pudo fundir los metales y ampliar sus horizontes. Y ese mismo cuarzo que arrojaba chispas al ser golpeado (piezoelectricidad) lo fue llevando al reloj de cuarzo y al chip de silicio con el desarrollo del hardware, las computadoras y Silicon Valley que de allí toma su nombre.
La minería evolucionó desde la búsqueda original de rocas con fractura concoidea y de ocres para decorar, pasando por el aprovechamiento de metales nativos como el oro de los aluviones de los ríos o las costras metálicas de plata nativa y cobre nativo de las partes oxidadas y superficiales de los depósitos de sulfuros, hasta que fue descubriendo las menas que contenían a esos elementos como la plata en la galena o el cobre en numerosos óxidos (cuprita), sulfuros (covelina, calcosina, bornita), carbonatos (malaquita, azurita), etcétera. Y lo mismo con el estaño que lo llevó al bronce. Y luego extrajo el plomo de la galena, el zinc de la esfalerita, el antimonio de la estibina y así sucesivamente con el bismuto, molibdeno y los demás metales industriales.
Incluso en las colas minerales del tratamiento de menas de plomo y zinc pudo recuperar elementos raros como el galio, germanio, indio, cadmio y otros que son esenciales en las nuevas tecnologías y energías. Las explotaciones mineras también evolucionaron desde la explotación artesanal del oro aluvial y las zonas oxidadas de depósitos de sulfuros que dejó expuestos la erosión, a los primeros socavones y galerías como los que explotaba Pericles en las minas de Laurión en la antigua Grecia y más tarde los romanos en todo su imperio.
Las explotaciones de vetas y filones se fueron haciendo cada vez más profundas y requirió de fortificaciones de las labores con el viejo enmaderado y de los sistemas de bombeo para la extracción del agua subterránea que se acumulaba en las galerías. Georg Bauer (Agrícola) describe esas explotaciones con lujo de detalles en su famoso libro “De Re Metallica” (1556) y del cual se conserva un ejemplar original en la biblioteca del Convento de San Francisco en Salta. Los españoles en América desarrollaron altamente la minería vetiforme, especialmente de la plata, en Bolivia y México.
El hallazgo del Cerro Rico de Potosí, la mayor concentración geoquímica de plata del planeta, significó un cambio revolucionario para la economía imperial española. El siglo de oro español y el capitalismo moderno tuvieron su semilla en Potosí. Durante siglos se fueron aplicando allí las tecnologías de avanzada en la explotación, amalgamación y amonedación de la plata. Potosí se explota sin interrupción desde 1545. En 1640 Álvaro Alonso Barba publicó en Madrid su “Arte de los Metales”, una obra icónica sobre su experiencia minera en Potosí. Aún hoy miles de mineros, en cooperativas, siguen explotando las vetas de sulfuros y sulfosales de plata del cerro.
Además de aprovechar los desmontes, colas y relaves que se acumularon en las faldas del cerro desde los tiempos de los españoles. Todavía se recuerda a la familia Ortiz de Salta, los “Ortices”, que explotaron y beneficiaron los desmontes del cerro a mediados del siglo XIX y amasaron una increíble fortuna. Muchas minas se explotaron en forma subterránea en el noroeste argentino.
Sin embargo, a partir de la década de 1960 se empezaron a individualizar depósitos diseminados denominados pórfidos de cobre y oro que requieren una explotación a cielo abierto. En 1993 se votaron las leyes mineras que permitirían la explotación de esos grandes yacimientos y el primer caso fue “Bajo de la Alumbrera” en Catamarca. Salta puso en marcha en 2020 el proyecto de oro “Lindero”.