RICARDO ALONSO*
Hace 50 años, un 4 de noviembre de 1972, El Tribuno informaba el hallazgo de un hueso de megaterio en la Estancia Vieja del Rey en el departamento de Anta (Salta). Ese es, por ahora, el mamífero fósil más grande que se haya encontrado en la provincia.
Forma parte del séquito de animales pleistocenos que hicieron famosos las películas de la Edad de Hielo. La historia es de por sí apasionante y comienza con emigrantes franceses que abandonaron la devastada Europa al final de la segunda guerra.
El 4 de julio de 1948 llegó al puerto de Buenos Aires el barco Kerguelen con una niña de 5 años de edad llamada Christine Arnodin-Chibrac (1943-2002). Lo hace con su familia, entre ellos su padre Cristóbal (31), su madre Jacqueline (29) y uno de sus abuelos Jean Marie Pontenx (57). Provienen de Onesse-Laharie. Se radican en una colonia francesa en Azul (Buenos Aires) y luego adquieren la finca Estancia Vieja del Rey y se dedican a cuestiones agro-ganaderas y forestales.
LEA TAMBIÉN:
Christine volvió a Europa y estudió antropología en Moscú, al parecer con Boris F. Porchnev. En Anta comienza a realizar observaciones de ciencias naturales con prolijas descripciones y se interesa por el Ucumar. Al punto tal que es mencionada en una importante obra de criptozoología del Dr. Bernard Heuvelmans titulada “Bestias ignoradas del mundo” (en francés, 1978).
La criptozoología es la ciencia que se dedica al estudio de animales prehistóricos que se creen están aún vivos en remotas regiones del planeta. Piénsese en el Yeti, el monstruo del lago Ness o el Nahuelito. Seguramente la joven Christine se carteó con Heuvelmans comentándole de sus estudios en la región de Anta al punto de que éste, en uno de sus trabajos, la destaca: “A todos estos países hay que añadir Argentina, donde una joven francesa, Christine Arnodin-Chibrac, ha realizado últimamente una investigación sistemática”.
Lo que sí sabemos con certeza es que a mediados de 1972, Christine debió presentarse en el viejo Museo de Ciencias Naturales del parque San Martín y pedir hablar con un paleontólogo. La recibió el profesor Rodolfo Parodi Bustos (1903-2004), quien se encontraba trabajando en Salta y tenía una larga trayectoria en el tema. Al punto de haber conocido personalmente a Florentino Ameghino, de niño, ya que su padre, Lorenzo Parodi, buscaba fósiles para el sabio en la costa atlántica.
Luego trabajó con Carlos Ameghino, Lucas Kraglievich, Carlos Rusconi y junto a ellos y muchos más formó parte de la diáspora de 1930 cuando fueron expulsados del Museo Argentino de Ciencias Naturales de Buenos Aires luego de la llegada de Martín Doello Jurado. Parodi Bustos fue a Córdoba, luego vino a Salta y ya centenario falleció en Jujuy. El Museo de Ciencias Naturales de Vespucio lleva su nombre por iniciativa de un hacedor de cultura como fuera don Dante Tejada Aparicio y su grupo de expedicionarios de la selva salteña.
Parodi se dio cuenta rápidamente del valor de los fósiles y no tuvo dudas de que se trataba del hueso metacarpiano de un perezoso extinto. Pero además le llamó la atención el tamaño, ya que no recordaba haber visto huesos tan grandes en los esqueletos que se conservaban en los museos de Buenos Aires y La Plata. Dada la imposibilidad de comparar y de la escasa bibliografía que se disponía en Salta decidió viajar al Museo de La Plata para trabajar con el material óseo allí existente el que estaba a cargo del Dr. Rosendo Pascual, gran paleontólogo argentino y experto internacional en mamíferos fósiles.
Parodi Bustos y Pascual revisaron todas las colecciones de megaterios y encontraron que el metacarpiano IV, de 32 cm de largo, era un tercio más grande que el de los demás megaterios conocidos. Se estaba en presencia de un animal gigante, un enorme perezoso que había vivido en la región boscosa chaqueña algunas decenas de miles de años atrás.
LEA TAMBIÉN:
Recordemos que el megaterio fue el primer vertebrado del mundo en ser desenterrado completo en el siglo XVIII por fray Torres en Luján (Buenos Aires), llevado a Madrid, armado en el Museo de Ciencias Naturales (donde todavía se conserva y es el principal atractivo) y ser clasificado por Georges Cuvier según la nomenclatura binomial: Megatherium americanum. La clasificación de Cuvier obligó a retractarse al paleontólogo y presidente de Estados Unidos Thomas Jefferson quien pensó que las garras eran de un carnívoro y había bautizado a su ejemplar norteamericano como Megalonyx.
El rey de España, sorprendido por la bestia del fray Torres, pidió que le enviaran uno vivo o al menos embalsamado y relleno de paja. Durante mucho tiempo se siguió buscando a esos perezosos y hubo expediciones del Perito Moreno, Clemente Onelli, Liborio Justo y otros que creyeron ver en los restos de milodontes de la cueva de Última Esperanza en la Patagonia Chilena los últimos vestigios de esos animales por los cueros y excrementos congelados que allí se conservaban.
Parodi Bustos volvió entusiasmado de La Plata y le comentó al profesor Amadeo Rodolfo Sirolli la importancia del hallazgo. El Tribuno se hizo eco y publicó una foto comparativa de los metacarpos, junto a una foto de Parodi Bustos y una ilustración del megaterio atacado por un tigre diente de sable, hermoso dibujo de la pluma del ilustrador francés radicado en la Argentina y pionero de los paleoartistas, Paul Magne de la Croix.
También señalaba la nota, rescatada por el periodista Luis Borelli del archivo del diario para sus efemérides, que se realizaría un pronto viaje al lugar. Efectivamente el 18 de noviembre de 1972, Sirolli auspició un viaje de estudio y reconocimiento que estuvo integrado por Rodolfo Parodi Bustos, el geólogo Félix V. Lorenzo, el naturalista José Antonio Robles y los estudiantes avanzados de antropología Benjamín Ruiz Huidobro y Miguel A. Xamena.
En la finca Estancia Vieja del Rey, fueron recibidos por Christine y su padre Cristóbal, héroe de guerra francés. Christine que tenía entonces 29 años, actuó de guía y puso a disposición del profesor Parodi sus libretas de campo. Según Christine un empleado del Sr. Oscar Redondo, un finquero vecino de los Arnodin-Chibrac, había descubierto los huesos en una zanja. Menciona que el lugar se encuentra cerca de Las Víboras, a 9 km de la Estancia Vieja del Rey y 2 km al norte de Cebil Solo.
Lo llamativo es la prolija y moderna descripción estratigráfica de Christine que Parodi utilizó sin cambios. Allí menciona que debajo de un horizonte de suelo siguen 3 m de arcillas pardas, arenas finas y cenizas volcánicas que atribuye al Pleistoceno. Luego un nivel de grava y más abajo arcillas rojas compactas e impermeables. Los huesos estaban encima de la capa de grava. Al parecer la nueva expedición recogió materiales extras consistentes en la mitad posterior de un cráneo, dos metacarpianos III y costillas. Parodi menciona que es probable que los dos metacarpianos III pertenezcan a esqueletos distintos, un macho y una hembra. En 1977 Parodi publicó los resultados del estudio en los boletines de la Sociedad Científica del Noroeste Argentino y clasificó a los restos como una nueva especie de megaterio.
LEA TAMBIÉN:
El trabajo se titula: “Noticia sobre el gigantesco megaterio descubierto en la Estancia Vieja del Rey, Departamento de Anta, Salta (Megatherium arnodin-chibraci n.sp.)". La especie es un homenaje a Christine Arnodin-Chibrac. Atribuye la edad al piso Ensenadense del Pleistoceno, pero por la descripción estratigráfica probablemente sea más joven, esto es de los últimos 100 mil años.
Téngase en cuenta que esos animales se extinguieron unos 10 mil años atrás. Se podría corroborar la edad con dataciones de las cenizas volcánicas mencionadas en el perfil. O con carbono 14 en el caso de que los restos sean más jóvenes que los últimos 40 mil años. Parodi cita a Pascual quien le comentó que en esa época en el territorio salteño debió reinar “un clima singularmente óptimo para la vida de esos grandes vertebrados”. Y apunta que: “Seguramente amplias florestas ofrecieron abundante alimento a estos perezosos gigantes”.
El megaterio de Anta debió medir unos 7 m de la cabeza a la cola, unos 2,5 m de alto, pesar unas 4 toneladas y haber sido portador de unas manos enormes, de más de 1 m, dotadas de garras para arrancar raíces de plantas o ramas de los árboles. La francesa Christine Arnodin-Chibrac se convierte así en la pionera mujer de la paleontología de vertebrados en Salta.
* Doctor en Ciencias Geológicas