Delicioso Domingo F. Sarmiento: Los fundadores de San Juan, hambrientos de oro
A agarrar los libros que no muerden: El genio sanjuanino y un extracto de "Recuerdos de Provincia" en el que retrata la devoción del invasor español por el metal dorado. Peripecias fundacionales en los valles de San Juan de la Frontera.
"El año de 1560 pasó con cien hombres de guerra el capitán Pedro del Castillo, la cordillera nevada hacia el Oriente de Chile, i fundó la ciudad de Mendoza de Nuevo Valle de Rioja, que así está nombrada en los autos seguidos en 1571 por el escribano público don N. Herrera en la dicha ciudad.
Por las declaraciones de los testigos resulta que se distribuyeron en Mendoza los habitantes que allí encontraron, siendo presumible que a Mallea le tocasen algunas de las lagunas de Guanacache por lo que pudieron más tarde caer dentro de los términos de San Juan. Poco tiempo después salió de Mendoza el Jeneral don Juan Jofré, con alguna jente a descubrimiento hacia el norte, i descubrió en efecto varios, valles que no se nombran, si no es el de Tulun en el cual, volviendo a Mendoza i regresando a poco tiempo, fundó la ciudad de San Juan de la Frontera.
La semejanza de Tulun, Ullun i Villicun, nombres que se conservan en las inmediaciones, permite suponer eran estos los valles i el de Zonda, «que se hallaron mui poblados de naturales, i la tierra parecía ser mui fértil», como lo es en efecto. En 1561 gobernando en Chile don Rodrigo de Quiroga, pasó a la provincia de Cuyo el Jeneral don Gonzalo de los Ríos con su nueva jente de guerra a sufocar un alzamiento de indios. Después de trazada la ciudad, se alzaron los huarpes sus habitantes i la tierra fue pacificada de nuevo.
Tres leguas hacia el norte de la ciudad hai un lugar llamado las Tapiecitas, a causa de los restos de un fuerte cuyas ruinas eran discernibles ahora veinte o treinta años, i su colocación en aquel lugar parece esplicar el nombre de San Juan de la Frontera, por no estar reducidos los indios de Jachal, i Mogna, cuyo cacique último vivió hasta 1830, habiendo llegado a una senectud que pasaba de ciento veinte i más años.
Aquel Jeneral de los Ríos, vuelto a Mendoza de su campaña, supo por un indio prisionero que había un país lejano en cuyas montañas se encontraba oro en abundancia tal, que la imajinación de los españoles lo bautizó desde luego con el nombre de Nuevo Cuzco. La espedición de descubrimiento del Dorado pasó de Mendoza de San Juan Eujenio de Mallea «salió con su jente i muchos caballos».
Jufré o Jofré, tal como lo vemos hoy
Marcharon algunos días, siguiendo al indio que los conducía, dieron vueltas i revueltas, los víveres escasearon, i una mañana al despertar para emprender nueva jornada encontraron que el indio había desaparecido. Hallábanse en medio de un desierto sin agua, sin atinar a orientarse del rumbo a que quedaban las colonias, i después de padecimientos inauditos, llegaron tristes i mohínos a San Juan los chasqueados, habiendo perecido de sed i de hambre quince de entre ellos. I cosa singular! La tradición de este suceso vive hasta hoi entre nosotros, i no se pasan diez años en San Juan, sin que se organicen espediciones en busca de montones de oro, que están por ahí sin descubrirse, i que intentaron los antiguos en vano, habiéndose concluido los víveres, o fugándoseles el indio baqueano, en el momento en que habían encontrado una de la señas dadas por el derrotero.
Como fue la preocupación de los conquistadores, hallar por todas partes oro tan abundante como en el Perú i en Méjico, la poesía colonial, los mitos populares están reconcentrados en toda América en leyendas manuscritas que se llaman Derroteros. El poseedor de uno de estos itinerarios misteriosos lo cela i guarda con ahínco, esperando un día tentar la peregrinación prelada de incertidumbre i peligros, pero rica de esperanzas de un hallazgo fabuloso.
Hai tres o cuatro de estos en San Juan, siendo el más popular el de las Casas Blancas, en el que después de vencidas dificultades infinitas, a las que sólo faltan para ser verdaderos cuentos árabes, espantables dragones y jigantes descomunales que cierren el paso, i sea fuerza vencer, ha de encontrarse terminado el ascenso de una elevadísima i escarpada montaña, las suspiradas Casas Blancas, de cuya techumbre cuelgan en pescuezos de guanacos, sacos de oro en pepitas que dizque dejaron allí escondidos los antiguos; habiéndose caído i derramado muchos, dice el derrotero, a causa de haberse podrido el cuero de los susodichos pescuezos.
Me figuro a los primeros colonos de San Juan, en corto número en los primeros años, careciendo de todas las comodidades de la vida, bajo un cielo abrazador, i establecidos sobre un suelo árido i rebelde, que no da fruto si no se lo arranca el arado, descontentos de su pobre conquista, ellos que habían visto los tesoros acumulados por los Incas, inquietos por ir delante, i descubrir esa tierra inmensa que deja, desde las faldas orientales de los Andes, presumir un horizonte sin límites.
Las indicaciones dudosas de algún huarpe, acaso de las minas de Gualilan o de la Carolina, reunían en corrillos a los conquistadores condenados a abrir azequias para regar la tierra con aquellas manos avezadas solo a manejar el mosquete i la lanza. ¡Labradores en América! Valiera más no haber dejado la alegre Andalucía, sus olivares inmensos y sus viñedos. La ubicación de la mayor parte de las ciudades americanas está revelando aquella preocupación dominante de los espíritus. Todas aquellas son escalas para facilitar el tránsito a los países de oro; pocas están en las costasen situaciones favorables al comercio. La agricultura se desarrolló bajo el tardío impulso de la necesidad i del desengaño, i los frutos no hallaron salida desde los rincones lejanos de los puertos, donde estaban las ciudades".