Marcelo Elizondo: Cinco cambios para revertir la decadencia argentina
MARCELO ELIZONDO*
La revolución tecnológica exacerba la internacionalidad de las empresas exitosas. Ellas son parte de redes que reemplazan a las tradicionales cadenas globales de valor por las “global innovación networks”.
El valor de toda la inversión extranjera (IED) hundida por las empresas fuera de sus países se multiplicó 6 veces en lo transcurrido del siglo (desde 7 billones de dólares hasta 45 billones hoy).
Sin embargo, en sentido reversal, la evolución del stock de IED en Argentina fue de menos de un décimo que la mundial. Y si a inicios del siglo Argentina contaba con 0,9% del total del stock de IED del mundo, hoy lo hace con solo 0,2%.
Ésta es solo una faceta de la reversión internacional argentina. Hay otras. Entre ellas que las empresas argentinas han generado solo 0,1% de toda la inversión extranjera emitida en el planeta. Y solo contamos con 60 empresas que exportan más de 100 millones de dólares al año.
Ello nos somete a menos inversión, menos desarrollo tecnológico, menos empleo de calidad, menos exportaciones, menos bienes y servicios producidos, menos dólares.
Varias razones explican la decadencia: debilidad institucional (vulnerabilidad de derechos subjetivos); desorden macroeconómico (más de 100% de inflación anual promedio en una centuria); sobre regulación e inestabilidad normativas; y errores en nuestra arquitectura internacional.
Mientras tanto, el mundo asiste a un desafiante nuevo tiempo en el que se conjugan cinco cambios simultáneos: la revolución tecnológica, el liderazgo mundial de empresas disruptivas, la creciente incidencia de la geopolítica en las negocios, la consecuente mayor relevancia de estándares y requisitos de calidad y una inestabilidad sistémica.
Pues Argentina tiene una oportunidad si corrige aquellos cuatro errores y si se adapta a estos cinco cambios. Uno de los cuales, bien significativo, es la creciente incidencia de la geopolítica en la evolución económica. Geopolítica que hoy incide en los procesos de inversión externa, comercio internacional, generación de capital intelectual y crecimiento del financiamiento global en innovaciones.
Ejemplos hay varios. Recientemente el gobierno canadiense decidió que 3 empresas chinas abandonaran la producción de litio. Y ya unas 500 empresas se retiraron de Rusia. El tratamiento del acuerdo de protección de inversiones entre la Union Europea y China se detuvo en el parlamento europeo.
El gobierno del presidente Biden restringió exportaciones de microchips a China (no hace tanto la administración del presidente Trump había elevado las alícuotas de los aranceles en frontera a productos chinos por aquella controversia sobre la propiedad intelectual). Y el Reino Unido excluyó a Huawei de sus planes relativos a 5G. Después del Brexit. Y el NAFTA cambió. Y se dilató la concreción del acuerdo entre la UE y el Mercosur. Y China cerró sus mercados a exportaciones australianas por una discusión relativa al Covid.
Lo que está ocurriendo, en realidad, es fruto de la lógica de la disputa sobre modelos. La etimología enseña que competir supone una confluencia (“con”) además de la búsqueda de una misma meta (“petere”). La globalización universal irrestricta será imposible si las reglas sobre inversión, producción, comercio y trabajo difieren sustancialmente.
Pero este proceso no genera una renacionalización sino la creación de espacios internacionales afines. Así, se tiende a nuevos bloques. Podemos imaginar al menos cinco (en categorías entre las cuales hay también zonas grises), a saber: grandes democracias capitalistas, grandes autocracias directorales, países de tamaño medio influyentes, países emergentes endocéntricos y países poco incidentes.
Entre los primeros están EE.UU., Canadá, Reino Unido y Australia; entre los segundos China y Rusia; entre los terceros India, Turquía y -probablemente- en el futuro inmediato, Brasil; y entre los cuartos Argentina y -hoy- México.
Están configurándose nuevos espacios y la acción de los países para participar en arquitecturas vinculares es incidente en los resultados económicos.
Argentina tiene por delante oportunidades: la potencial oferta energética ante la crisis mundial (gas de esquisto, energía solar o hidrógeno); la producción de minerales ante la revolución tecnológica (desde el litio hasta el potasio); el incremento de la incidencia agroalimenticia frente al crecimiento de la población global (hemos llegado a los 8.000 millones); el aporte de personas innovativas (ante la revolución intelectual).
Pero, para que ello genere buenos resultados, el mundo reclama certezas.
Christine Lagarde proclama que vamos pasando desde el off-shoring hacia el friend-shoring. Y del “just in time” al “just in case” (eligiendo socios que aseguren la cadena de suministros). John Freeman explica que -en la lucha por la prevalencia económica internacional- la mudanza ha ido primero desde la exportación de productos hacia la de tecnologías, y ahora hacia la de estándares. Ron Adner predicó -hace un tiempo- que las empresas exitosas necesitan ya ser parte de ecosistemas.
Y Christopher Svensson y Jakob Udesen enseñaron que un requisito para el éxito económico es la legitimidad, que supone tres atributos: el pragmático (la capacidad de generar valor productivo), el cognitivo (que garantiza -más que la eficacia actual- la confianza en la capacidad futura) y el moral (la reputación).
Así, hay ahora mucho nuevo en el juego.
Y nosotros solo podremos ir de la potencia al acto si entendemos las condiciones. Aunque no parece, por ahora, que esto esté en los planes. Pues, si es así, seguiremos siendo siempre el país del futuro.
* Marcelo Elizondo es Especialista en negocios internacionales y presidente de la International Chamber of Commerce (ICC) en Argentina.